Hace unas semanas, a propósito de una nota sobre la empresa como comunidad de trabajo y de vida en la obra de Carlos Alberto Sacheri, citábamos, a modo de conclusión, un párrafo de Pío XII que nos brindará el marco para la columna de hoy: “La Iglesia exhorta igualmente a todo aquello que contribuye a que las relaciones entre patronos y trabajadores sean más humanas, más cristianas, y estén animadas de mutua confianza. La lucha de clases nunca puede ser un fin social. Las discusiones entre patronos y trabajadores deben tener como fin principal la concordia y la colaboración”.

Si hubo un empresario que supo vivir estas palabras del papa Pacelli, ése fue Enrique Shaw (1921-1962). En 2021 se conmemora y se celebra el primer centenario de su nacimiento. Efectivamente, Enrique nació el 26 de febrero de 1921 en París (Francia). Vayan estas líneas a modo de homenaje a quien, como acostumbra decirse, se encamina a los altares, próximamente, como beato de la Iglesia Católica.

En un trabajo titulado “El papel del dirigente de empresa” (en Problemas humanos de la empresa, Buenos Aires, A. P. A. C.-Ediciones del Atlántico, 1959), Enrique Shaw sostiene que el dirigente de empresa, de acuerdo a su función minima (la económica), “pone en su empresa no sólo su dinero sino también su tiempo, su capacidad, su honor. Es el agente más activo de la producción, el primero de los trabajadores, pues su misión es hacer que la empresa cumpla con su fin”. En este sentido, “desde un punto de vista económico, nada es más necesario para la prosperidad de un país que el dejar un gran campo a la libertad de iniciativa y acción de los hombres que tienen el coraje de asumir grandes responsabilidades personales y contar así con empresarios capaces, activos y honrados”.

Tres deberes

Profundizando en la cuestión, Enrique Shaw afirma que, en lo que se refiere a la misión del dirigente de empresa, “tres son los deberes que más deben ser destacados: de servicio, de progreso y de ascensión humana”.

En esta nota apuntemos de qué manera el dirigente de empresa practica el deber de servicio, de progreso y de ascensión humana “dentro de la empresa” (el otro plano es el de la sociedad en la que vivimos). La acción empresaria “conduce a permitir a la naturaleza, si cabe, rendir gloria o rendir mayor gloria a Dios, al ser ennoblecida por las transformaciones que la hacen más útil al hombre, quien como cabeza de todo lo creado tiene la misión de conducir esa misma creación a su último fin”. Mientras no sea a expensas de la dignidad de los trabajadores, la empresa “debe aumentar de forma ininterrumpida su rendimiento, debiendo hacer producir al máximo todos sus factores. Ella también debe cumplir con la parabola evangélica de los talentos”. “Debemos trabajar por la elevación del hombre –agrega Enrique Shaw–: somos los responsables de la ascension humana de nuestro personal, sin trabar por eso, de ninguna manera, su legítima iniciativa y su necesaria responsabilidad”.

“A todos nos gusta se apreciados, que se nos consulte. El trabajo del subordinado tiene, con respecto al de quien lo dirije, cierta lejana proporción –dentro de una empresa, por ejemplo– con las causas segundas en la obra creadora y providente de Dios. Aunque obedece, el subordinado conserva su personalidad de productor inteligente y no queda desprovisto de toda iniciativa”.

“Vemos pues que la empresa –concluye Enrique Shaw–, además de ser una célula de la vida económica, debe ser una comunidad de vida”.

Como señalamos en otra oportunidad, se trata de “la feliz comunión entre el trabajo y el capital que, en vistas al desarrollo integral del hombre, debe ser fomentada por el Estado, garante del bien común politico, de acuerdo al principio de subsidiariedad y que, por esto mismo, no debe olvidar que los actores principales de esta relación trabajo–capital son los trabajadores y los empresarios mancomunados en un fin común. Al fin de cuentas, la empresa es no solamente una comunidad de trabajo sino, en primer lugar, una comunidad de vida” (“Trabajo y capital, no trabajo o capital”, La Prensa, 16 de junio de 2020).

Por último, una referencia bibliográfica. Para ampliar sobre el tema del papel del dirigente de empresa, Enrique Shaw recomienda con todas sus fuerzas, especialmente, la siguiente obra: El dirigente de empresa, Buenos Aires, 1956. Su autor: Marcel Clément. Digno homenaje de Enrique Shaw a uno de los grandes y poco conocidos estudiosos y difusores de la Doctrina Social de la Iglesia. Clément, y vale el dato a propósito de nuestra columna, es autor de L’économie sociale selon Pie XII, Paris, Nouvelles Éditions Latines, 1953.

Deberes en el plano de la sociedad

Shaw se detiene en los siguientes puntos: acción individual y colectiva; el dirigente de empresa en relación con otros protagonistas de la vida económica (sus clientes; sus colegas; los sindicatos obreros) y el dirigente de empresa y el bien común.

En primer lugar, nos detendremos en la relación entre el dirigente de empresa y los sindicatos. Shaw observa que, a los sindicatos, “no hay que tenerles fastidio, sino comprensión”. Supuesta la libertad en el campo económico, “los problemas de las empresas deber ser resueltos por los interesados –patronos y sindicatos– de común acuerdo. De lo contrario los resolverá el Estado”. La conclusion de Enrique parece escrita para 2021: “Y el gran problema de la hora presente –viéndolo en su conjunto– no es cómo defenderse de los sindicatos, sino cómo defenderse del Estado”.

Agrega que “la empresa libre sólo puede encontrar seguridad para su desarrollo en una democracia. Y la democracia no existe donde no hay sindicatos, porque su ausencia provoca tal intervencionismo del Estado que mata la libertad política”.

Nos parece que las últimas palabras de Enrique Shaw podrían extenderse a cualquier otro régimen de gobierno mientras procure el bien común político. Este fin de la comunidad política incluye, por cierto, un grado razonable de participación por parte de los ciudadanos independientemente de cuál sea el regimen concreto.

En segundo lugar, Shaw se detiene en explicar, brevemente la relación del dirigente de empresa con el Estado. Afirma que el primero “debe ser leal con el Estado, no sólo cooperando directamente con él, sino también evitando su intervención indebida con solicitudes de privilegios para la propia empresa o sector de actividad. Triste es decirlo, pero muchos y buenos proyectos de «uniones aduaneras», que tanto acercan a los pueblos, se han visto postergados por quienes defienden «intereses creados»”.

Acerca del dirigente de empresa cristiano, sostiene Shaw que “no tiene que «hacer» más que el que no lo es; simplemente tiene que hacer las cosas de modo diferente”. “Como D de E. cristianos –completa la idea– estamos convidados a hacer lo eterno cn lo temporal, a servir a Dios mediante el servicio de los hombres en el terreno económico, a santificarnos a través de la profesión y a santificarla (a la profesión). La función patronal, esclarecida por la unión con Cristo, vivida por los titulares de esa función, tiene un contenido distinto al de la función patronal, aun correctamente ejercida, de un no cristiano”.

El concepto cristiano de la vida económica no ignora las leyes, los imperativos de la economía pero los subordina a la obtención de objetivos valederos.

A propósito de su reflexión sobre el papel del dirigente de empresa cristiano, cita unas palabras del P. Manuel Moledo, entonces asesor de la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (ACDE). Teniendo como punto de partida la parabola del hijo pródigo, y habiendo señalado que la sublime respuesta cristiana a la lucha de clases es la caridad, la Iglesia pide “a aquellos de sus miembros que más han recibido que amen en proporción a su carga, para llevarla bien; les pide que cooperen con la gracia de Dios en esta hora sombría del mundo; les pide, en el cumplimiento de sus deberes de estado, un acto de caridad que los haga más testigos que los demás del inmenso amor de Dios a los hombres”.

Luego de “perfilar” al auténtico dirigente de empresa como un hombre de personalidad, que merece la autoridad (que incluye ser emprendedor; tener dominio de sí; usar la inteligencia; ser comprensivo; que sepa escuchar) y que tiene una auténtica vida espiritual,  concluye Enrique Shaw afirmando que “más que nunca en los tiempos actuales, y a pesar de las dificultades, tienen el deber los Dirigentes de Empresa, como intelectuales y dirigentes, de aportar un mensaje y la luz de la fe al desarrollo de los espíritus, de esforzarse por secundar, a la luz de los principios sociales cristianos, la búsqueda de soluciones adaptadas a las realidades siempre mudables”.

Las palabras y, sobre todo, la unidad de vida de Enrique Shaw, son una lección viviente para la Argentina 2021. Cada época, suele decirse, necesita de los santos que la interpelen  y la reconduzcan al sentido común y cristiano. Se cumple,  y abundantemente, en su caso.


Un artículo de Germán Masserdott, en dos entregas para La Prensa, publicado el miércoles 17 de febrero y viernes 26 de febrero de 2021.

Leé la nota original aquí (primera parte) y aquí (segunda parte).