Enrique Shaw (1921-1962) probablemente será en algún tiempo canonizado por la Iglesia católica. Es un caso excepcional ya que casi ningún empresario en el pasado ha llegado a los altares. Un antecedente es San Homobono, un productor y comerciante textil de Cremona del siglo XII, quien popularmente es considerado el Patrono de los Negocios. Estamos, por supuesto, hablando de empresarios en sentido estrictamente comercial, ya que todos los santos fundadores de órdenes religiosas, por ejemplo, debieron gestionar recursos económicos y humanos con eficiencia para lograr los objetivos que se propusieron.

En la formación empresarial de Enrique Shaw debe destacarse en primer lugar el influjo familiar. Su padre, Alejandro Enrique Shaw (1893-1970), fue un conocido ensayista y conferencista en temas de economía, miembro de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y Presidente de la Confederación Argentina del Comercio, la Industria y la Producción, la entidad gremial empresaria más importante a mediados del siglo XX. Se desempeñó como director de la sección bancaria del Grupo Tornquist y en 1944 fundó Shaw y Compañía, de la que fue el primer presidente. En 1958 la firma obtuvo la autorización del Banco Central de la República Argentina para operar como Banco Shaw. Por otra parte, fue miembro de muchos directorios de grandes empresas, como la Compañía Argentina de Electricidad, la Compañía de Seguros La Continental y los Talleres Metalúrgicos San Martín. Alejandro Shaw era lo que podía denominarse un pensador liberal en economía, una visión que indudablemente trasmitió a su hijo, quien consideraba que la intervención del Estado debía ser reducida o, según el criterio presentado por la Doctrina Social de la Iglesia, teniendo en cuenta el principio de subsidiariedad. Enrique Shaw afirmaba, siguiendo la línea de su padre, que el intervencionismo del Estado era negativo, y el gran problema de los empresarios de la época era cómo defenderse del Estado. Aclaraba que el contrapeso de los empresarios debían ser los sindicatos y, con ellos (no con el gobierno), debían negociarse las condiciones del trabajo. En las conversaciones entre padre e hijo abundarían las temáticas de gestión y las decisiones que se debían tomar en los directorios de los que formaban parte. Alejandro llegó inclusive a ser director suplente de Rigolleau S.A., cuando su hijo ya se desempeñaba como su Director Delegado.

Sorprende que Enrique no siguiera Abogacía, la carrera universitaria de su padre, ni la carrera de Contador existente en la UBA, y decidiera inscribirse en la Escuela Naval a la temprana edad de 14 años, de la que se graduó como guardiamarina en 1939. A los efectos de su futura carrera empresarial en la industria manufacturera, la decisión fue en muchos aspectos acertada. En la Escuela Naval el programa de estudios incluía muchas materias técnicas similares a las que cursaba un ingeniero industrial de la época. Por otra parte, existían continuas prácticas de conducción, donde se asimilaban conceptos de liderazgo, motivación y disciplina. Estos conocimientos se ejercitaban con la supervisión de los estudiantes de años superiores. Asimismo, en la Marina se instruía en el concepto naval de trabajo en equipo, que Shaw aplicaría más adelante en su vida empresaria.

El concepto de “servicio”, central en la Armada, implicaba una dedicación completa a la profesión. Shaw aplicaría esta noción para describir la relación que debía existir entre el empresario y su organización. Los informes de los superiores de Shaw en sus destinos navales mostrarían que había adquirido buenos hábitos y conceptos en su formación. Lo describen como un líder que inspiraba confianza en sus subordinados y que sabía trabajar en equipo. Era laborioso, autónomo, entusiasta, reflexivo, conciliador y mantenía la calma en situaciones de crisis. Contaba con el deseo de formarse continuamente. En 1945 decidiría pedir la baja de la Armada para reencauzar su vida profesional hacia actividades empresariales.

Shaw dedicó mucho tiempo a la lectura de obras de temas religiosos y de cultura general. Sus años en la Marina fueron de dedicación intensiva a autores y temas muy variados de filosofía, ciencias, historia, literatura y tópicos marinos y militares. Inicialmente casi no incluyó a la gestión en su repertorio, aunque algunas obras navales se referían a la conducción del personal. En esos años su hermano Alejandro, quien le vaticinaba un futuro empresarial fuera de la Marina, le recomendaba adquirir conocimientos de temas de estadística, contabilidad y relaciones industriales.

Con el tiempo y en sus años de gestión, Shaw leería con detenimiento libros de administración. Recomendaba vivamente la lectura de la obra de Peter Drucker La gerencia de empresas. El libro, publicado inicialmente en 1954, buscaba explicar la función gerencial. El gerente debía ser un visionario, generar crecimiento y productividad. Para ello debía crear organizaciones y motivar a sus recursos humanos a cumplir sus objetivos, no únicamente la rentabilidad. Integridad y liderazgo eran las principales características que debía mostrar la clase gerencial. De Drucker, Shaw también citaría la obra prospectiva America’s next twenty years, publicada en 1955.

Otro de los autores que inspiraron su pensamiento fue el australiano profesor de la Escuela de Negocios de Harvard, Elton Mayo. Para este cristiano especialista en relaciones laborales, la productividad estaba asociada a un buen clima de trabajo en equipo, un sentido de pertenencia y un liderazgo eficaz. Shaw conocería y recomendaría especialmente su obra The Human Problems of Industrial Civilization, donde el profesor marcaba la necesidad de que en la gestión se priorizaran técnicas para que las personas se relacionaran con facilidad y que los trabajadores sintieran que eran valorados por las organizaciones.

En todo el pensamiento de Shaw se nota el influjo de las ideas de Pio XII sobre la empresa y el rol de la iniciativa privada y el Estado. El Papa se refirió en numerosas ocasiones y en encuentros con empresarios a temas económicos y fue el primer Pontífice en usar el término “emprendedor”: en general consideraba que se debía dar amplia libertad a la iniciativa privada y que el Estado debía limitarse en su accionar económico. Shaw recomendaba en especial la lectura de la obra de Marcel Clement, El dirigente de empresa, una especie de compendio de la doctrina social de la Iglesia en materia empresarial, en gran medida sustentada sobre el pensamiento del Papa. Sin dudas, a instancias de Shaw, la obra fue publicada con el auspicio de ACDE en castellano (el original estaba en francés) en Buenos Aires en 1957.

Shaw adquiriría buen conocimiento del modelo de gestión norteamericano. Como oficial de Marina fue enviado en 1945 a Chicago State University para participar en un curso de meteorología, que discontinuó al solicitar su baja en la Embajada argentina ese año. Ya previendo su ingreso a la firma Rigolleau, permaneció hasta 1946 en los Estados Unidos realizando una estadía en la empresa aliada de Rigolleau, Corning Glass Works, donde se puso al tanto de las innovaciones y procedimientos de la industria del vidrio. Indudablemente se inició allí en las prácticas y estilo del managment norteamericano.

Años más adelante (en 1957), y por recomendación de Corning Glass Works, prácticamente socia y luego controladora de Rigolleau, Shaw decide tomar el curso de cuatro meses para ejecutivos ofrecido por la Universidad de Harvard, el Advanced Managment Program. Este curso había sido tomado por muchos ejecutivos de la empresa norteamericana. En el caso de Shaw era indudablemente una preparación para su designación como CEO de Rigolleau en 1958. El desempeño de Enrique fue excelente y el director del programa manifestó a su padre que había sido uno de los participantes más inteligentes con que había contado. Incluso Shaw llegaría a intercambiar ideas con el Decano de la Escuela de Negocios, Stanley Teele, sobre condiciones laborales y productividad.

Shaw también aprendió mucho a través de su experiencia empresarial personal. En 1946 ingresó como asistente del Gerente de Planta a Rigolleau, una empresa presidida por uno de los tíos de su esposa, León Fourver Rigolleau. En 1948 fue designado Gerente de Producción de Tubos, en 1952 asumió como Subgerente de Producción y en 1954, como Subgerente General. La firma estaba en franco crecimiento, en buena medida por la política proteccionista industrial impuesta por el gobierno peronista. La firma, productora de artículos de vidrio, como vajilla, botellas y tubos fluorescentes, eventualmente sería perjudicada por la competencia creciente del plástico, que reemplazaba al vidrio en mucho productos. Por otra parte, Shaw se desempeñó como Director en una multiplicidad de firmas vinculadas a su familia, muchas de ellas pertenecientes al Grupo Tornquist. Entre ellas, Ulises Bianchi, Ernesto Tornquist y Cía, La Criolla, Ferrum, Compañía Introductora de Buenos Aires, Compañía General de Comercio e Industrial, Pinamar, Banco Shaw, Interamérica, Cóndor, Petrolera Argentina y Cetécnica.

Su pensamiento

El pensamiento de Enrique Shaw sobre el rol del empresario se puede centrar en tres ejes: 1) las características que debe poseer; 2) su actitud respecto a empleados y trabajadores; y 3) el impacto de los valores cristianos en su desempeño. Se han extraído sus ideas principalmente de una conferencia ofrecida en 1958 a profesionales de la Acción Católica titulada El papel de los dirigentes de empresa. Asimismo, son pertinentes su ensayo Eucaristía y Vida Empresaria (publicado por ACDE, 1960) y Y dominad la Tierra. Concepto Cristiano del Desarrollo (1962).

¿Qué es un empresario eficaz para Shaw? En primer lugar, es el agente motorizador de la organización y el que marca su rumbo. Es quien toma la dirección, solo o en asociación con terceros, asumiendo la iniciativa y al menos parte del riesgo. Se requiere que el empresario sea enérgico y esforzado, contar con la adecuada capacitación, poseer autocontrol y buen juicio. Debe alentar el trabajo en equipo. Sus decisiones no pueden estar basadas exclusivamente en su autoridad y potestad: debe actuar con humildad y apertura a las opiniones externas. Se espera que logre cumplir los objetivos de su empresa, entre los cuales está la rentabilidad. Como norma debe brindar confianza a los inversores o propietarios. Para cumplir su cometido es necesario que seleccione a directivos eficientes (evitando la contratación de familiares improductivos) y obtenga financiamiento. Siempre debe tener en mente aumentar la productividad, logrando el uso eficiente de todos los recursos contratados. Para ello es importante lograr la reducción en los costos de producción.

En la visión de Shaw la relación del empresario con los empleados es central, en especial el desarrollo de sus potenciales. A tal efecto marcó la necesidad de que los ejecutivos conocieran y estuvieran atentos a la realidad de los trabajadores. En efecto, tenían que hacer todo lo posible por brindarles condiciones de trabajo correctas. Para lograr un adecuado rendimiento de la fuerza laboral, era importante que fomentaran en sus dependientes iniciativa propia y creatividad. Este empoderamiento debía estar basado tanto en el reconocimiento del aporte que hacían los trabajadores, como en un sistema adecuado de remuneración que tomara en consideración su productividad, la promoción de puestos y las responsabilidades. Adicionalmente debía brindar participación de los trabajadores en cuestiones que hacían a su bienestar e informarles sobre la marcha de la organización. Shaw daba mucha importancia a que el ejecutivo se preocupara por la formación de mandos medios, ya que ellos eran los responsables de implementar las decisiones tomadas por los cuadros gerenciales y de actuar directamente sobre empleados y obreros.

La dimensión trascendente del empresario era sin duda para Shaw la más importante y la que guiaba el resto. El empresario colaboraba con Dios en la creación, generando para la humanidad bienes y bienestar. Su acción ennoblecía a la naturaleza al transformarla y hacerla más útil a la humanidad. Lograr este progreso con eficiencia era un deber moral para los empresarios. En ello la acción de los dirigentes podía considerarse un servicio a la sociedad.

Para Shaw el empresario, de encarnar la espiritualidad y valores cristianos, mejoraría su desempeño. La confianza en Dios lo volvía más optimista y con menor temor a tomar riesgos en nuevos emprendimientos. La mansedumbre y humildad cristianas hacían que el empresario fuera calmo, menos irritable y gozara de mayor autocontrol. El estar abierto y el amor al prójimo le permitía comprender la razón de comportamientos deficientes de su personal y perdonar los errores. El modelo de empresario accesible se presentaba en la Eucaristía: “En otras palabras realizaremos nuestra personalidad … en la medida que nos demos, nos comuniquemos a los demás”.


Escrito por Carlos Newland en la Revista Criterio, en abril 2023 Nº2497