El empresario argentino Enrique Shaw mantuvo un profundo y asiduo intercambio epistolar con Cecilia, el amor de su vida. Hoy sus cartas salen a la luz y evidencian cómo lograron, contra viento y marea, construir una familia, sostener una empresa y abrir un camino para muchos argentinos.

El empresario argentino Enrique Shaw estuvo dos años de novio con Cecilia Bunge. Durante ese tiempo ambos se comprometieron en un intercambio epistolar que dejó huellas en sus tareas cotidianas, las ideas que manifestaron se convirtieron en guía durante las tormentas y hoy son un legado para miles que aspiran a vivir. Enrique Shaw fue un empresario, pero lejos del modelo egoísta que propone el mundo eligió ser distinto: apostó al desarrollo integral de los trabajadores, creó y cuidó cientos de puestos de trabajo a lo largo de su vida. 

Enrique y Cecilia tenían 20 años cuando se pusieron de novios el 1 de septiembre de 1941. Y uno de los primeros deseos que ella le manifestó al empresario, que podría convertirse en el primer empresario santo en el mundo, fue que respetara su “libertad extrema”, una cualidad que para Cecilia era irrenunciable. Así reaccionó él. 

“Esa ‘libertad extrema‘ que tanto buscas no te la restringiré en absoluto. Sólo te pido que al fin del día me digas qué has hecho con ella”, le escribía Enrique a la mujer de la cuál estaba enamorado a poco más de un mes de comenzar su noviazgo. “No creas que soy un débil de carácter porque desde ya te digo que tendrás tu tan ansiada ‘libertad extrema‘. Sé que, siendo como eres, luego de haberla probado, no obtendrás de ella mayores satisfacciones. Ya sabes, lo único que te pido es que me cuentes qué has hecho, pintado, leído o hecho visitas. Espero que no te parezca mucho exigir, pues ese sí me parece ser el límite irreductible. ¡Me quedan tantas cosas para decirte!”. 

Apenas unos días después, Enrique le confesaba a Cecilia que había hablado del tema de la libertad extrema con un amigo. “Me acaba de hablar un amigo para decirme que tengo razón en un argumento que tuvimos ayer. Hay poca gente con quien uno puede discutir sabiendo que el otro va a hacer como yo, es decir, si el contrincante tiene razón, dársela. Anoche, en el subterráneo, tocamos el tema de la libertad a dar -no te ofendas por lo de “dar”: uso la expresión común- a nuestras señoras. Unos decían que había que prohibirles de entrada determinadas cosas, pero hubo uno que no y precisamente me telefoneó hoy para decirme que no le interesaba en absoluto lo que hiciera. Yo sostuve, como precisamente ya te he escrito, que no, que quiero saber qué has hecho, pues le doy por cierto más importancia a vivir contigo que ir al cine meramente para pasar el rato, desinteresándome de todo”, escribía él, en un intento de abrir el alma a su amada. 

Confianza y amor compartido como condición para la libertad extrema

Y en los días siguientes volvía a hablarle del deseo de darle no sólo esa libertad extrema que ella quería sino también la vida. “Esta licencia pasada, tal vez por haber dispuesto -como nunca- de varias horas continuas para pensar sobre ti, me he dedicado a un poquito de introspección. ¿Cuál es mi fin? Lo que sí sé es que cualquiera que él sea, tú no eres un medio o una ayuda para llegar a él, sino un fin en sí. Te lo garantizo”. Y previendo la reacción de Cecilia expresaba: “No tengas miedo a la vida: pensá en lo mucho que nos divertiremos juntos; todo lo que no he hecho hasta ahora con otras chicas pienso hacerlo contigo; prejuicios o no prejuicios, saldremos juntos y bailaremos juntos, que nos digan anticuados o no, pero insisto en que, en todo lo demás, puedes y debes desarrollar tu personalidad por el cauce que más prefieras. Más que unidos, tenemos que fundirnos en algo superior, así como del carbón y el hierro se obtiene el acero. Para mí, es la única acepción del matrimonio que admito, y como instintivamente sé que piensas lo mismo, es por ello que te he escrito que te tomes toda la libertad que quieras: no creas que te he interpretado mal ni que por ello creo que me quieres menos”, le decía a Cecilia quien construyó con ella una familia modelo. 

Enrique le escribía a Cecilia, mientras estaba en la marina, cómo sus compañeros -igual que su novia- lo alentaban a divertirse. Pero él prefería otras opciones. “Han regresado hoy de la licencia mis compañeros de camarote. Entre ellos hay uno que, por otra parte, quiero de veras porque es sencillo y afectuoso, que está de novio desde que tiene catorce o quince años. Sin embargo, no tiene las mismas ideas mías al respecto de no farrear en Bahía, etc. Se cree más moderno, más vivo que yo por ello. Y es un excelente muchacho. Es porque conozco infinidad de casos semejantes que nunca he seguido tus consejos cerebrales, que me divierta yo también. Uno no sabe adónde se puede llegar. ¿Indiferencia? Claro que vos puedes hacerlo, una chica no podría hacer la vida que hago yo, sería injusto que se privara de los halagos de la vida social”, insistía en una carta y le decía a Cecilia: “Por otro lado, de ese modo mantendremos un equilibrio, pues yo de todo lo bueno que lea te haré un resumen y, por el otro, tú, divirtiéndote mantendrás la alegría de la casa, la misma alegría que ya le has dado a papá, tía Elsa, Alejandro y Josefa. Por mi lado, te garanto que personalmente no tengo ganas algunas de independencia, pues siempre la he tenido, pero sinceramente comprendo las tuyas, yo en tú lugar también las tendría”.

“Tú para mí eres vida, libertad”

“Si no te fue demasiado sacrificio, hiciste bien en acompañar a tu amiga al cóctel. El otro día, por teléfono, me causó gracia que desearas explicarme por qué fuiste”, escribía Shaw respondiendo a un relato de Cecilia. “Yo siempre le decía a (mi amigo) Isola que a mi señora -en términos generales- le iba a permitir que hiciera lo que quisiera. Él me decía que, en cuanto pensara concretamente en alguien, cambiaría de opinión. No la he cambiado”, declaraba él, convencido de todo lo que implica la libertad extrema que, desde que comenzaron su noviazgo, Cecilia le pidió. “No te preocupes por haberme preguntado previamente o no. Siempre, hoy o dentro de veinte años, haz lo que quieras, si [es] posible dejando dicho dónde estés, por si quisiera charlar contigo”.

En enero de  1942, cuando sólo llevaban seis meses de noviazgo, Enrique volvía a declarar su amor tomando la libertad como pilar de la relación. “¡Y tenemos que comprometernos oficialmente! ¡Cuántas cosas nos quedan por hacer juntos! Pero no te preocupes por todo ello: eso sí, cualquier sugerencia o factor, favorable o desfavorable en relación a una fecha cualquiera, dímela. Quiero ser un agregado invisible a ti, cómoda y alegremente acompañándote por todos lados, hamacándome de un rulo a otro. Cada vez que pienso en ti me vuelvo imaginativo. ‘El hombre se libera por la imaginación y se subordina por la razón‘. Tú para mí eres vida, libertad”, escribía y agregaba más tarde: “No añoro ninguna libertad, porque tú me la has hecho adquirir, no perder”. 

“EL QUE MÁS ME IMPRESIONÓ FUE EL QUE HICISTE DE TÚ MISMA, CON UN “YO” QUE TE GARANTO RESULTÓ INNECESARIO. ME IMAGINÉ TÚ MISMA DIBUJÁNDOTE COMO SI FUERAS UNA TERCERA PERSONA, Y ESTO FUE LO QUE ME CAUSÓ IMPRESIÓN, PUES YO PERSONALMENTE NUNCA PODRÍA NI IMAGINARTE SIQUIERA COMO ALGO DESPRENDIDO DE MÍ MISMO. PERO ME EN-CAN-TÓ”, ESCRIBÍA SHAW REFIRIÉNDOSE A UN AUTORRETRATO DE CECILIA.

Una nota publicada en MDZ el 8 de agosto de 2021. Leé la nota original aquí.