No resulta fácil describir en pocas páginas una vida tan rica, llena de logros y una personalidad tan profundamente religiosa, luminosa, jovial y esforzada como la de Enrique Ernesto Shaw, de la que ya se ha dicho tanto. Pero que un argentino, padre de familia numerosa, ex Marino y empresario haya alcanzado la categoría de Venerable, primer peldaño a la santidad, bien merece el esfuerzo.

Enrique E. Shaw nació el 26 de febrero de 1921, circunstancialmente en París por razones de trabajo de su padre, en el seno de una familia emprendedora y de muy buena situación económica. A los cuatro años perdió a su madre, quien le había hecho prometer a su marido, agnóstico él, que le daría educación religiosa a sus dos hijos. Enrique hizo la Primera Comunión en el Santísimo Sacramento, su parroquia. Fue un alumno sobresaliente del colegio La Salle, del que salió a los 14 años para entrar en la Marina. Allí completó sus estudios secundarios y dos años de Ciencias, también con excelentes desempeños. Fue el graduado más joven, hasta hoy, en la historia de la Escuela Naval; y en la Armada se destacó por su testimonio de fe. Tan pronto terminó la Segunda Guerra Mundial presentó su pedido de baja –ya era Teniente de Fragata– y al poco tiempo empezó a trabajar en las Cristalerías Rigolleau. Previo a eso había sido disuadido por un sacerdote de ponerse a trabajar como obrero, interpretando que esa podría ser su vocación. A aquella empresa familiar ingresó como Asistente de Planta y allí hizo toda su carrera, la que –aunque fue muy exitosa pues llegó a ser Administrador Delegado (hoy diríamos presidente del Directorio)– resultó por demás breve, pues murió muy joven, a los 41 años, el 27 de agosto de 1962. Sin embargo en tan corta vida supo dejar en muchas actividades huellas de amor hacia los demás profundamente marcadas. En lenguaje eclesial, lo que se denominan virtudes heroicas.

Según la prédica de Benedicto XIV, estas virtudes significan realizar acciones, virtuosas precisamente, con extraordinaria prontitud, facilidad y placer,[1] por motivos sobrenaturales y sin razonamientos humanos, con auto-abnegación y pleno control de las inclinaciones naturales. Una virtud heroica es, por lo tanto, un hábito de buena conducta que llega a ser como una segunda naturaleza, una nueva fuerza motriz más fuerte que todas las correspondientes inclinaciones innatas, capaz de volver fáciles una serie de actos cada uno de los cuales, para el hombre ordinario, hubiesen significado dificultades muy grandes, sino insuperables.

Tenía una forma de ser muy atractiva, simpática y amable en cualquier lugar u ocasión. La inmensa mayoría de los testimonios recogidos destacan su jovialidad y simpatía. Sin embargo esto no era un don natural o de nacimiento sino producto de un esfuerzo consciente y meditado, del que hay suficientes evidencias. En sus numerosos escritos y notas se encuentran propósitos para serlo: “Debo exteriorizar alegría, buen humor, mansedumbre, serenidad, paz y dulzura. Nunca fruncir el ceño, ni encolerizarme, ni estar malhumorado. Seré accesible, benévolo para con los demás, agradable siempre, sonriente en toda ocasión”[2]

En realidad su esfuerzo no era únicamente ser jovial y amable. Tenía un propósito mucho más amplio, profundo; hasta vocacional. En una carta de marzo de 1942 le escribe a quien sería su compañera de toda la vida y madre de sus nueve hijos sobre su “deseo y propósito de ser santo”, y agregó: “Me siento muy lejos de ello, pero lo intentaré y con fuerza”.[3] Llegó a padecer una leve tartamudez, que superó también con su propio empeño y esfuerzo. La determinación era su fuerte, pero una determinación siempre dialogal, comprensiva. En este sentido, es muy oportuno recordar el lema que frecuentemente mencionaba Shaw tanto en su familia como en su trabajo: es el pedido de Salomón “Dadme, Señor un corazón que escuche para así poder gobernar tu pueblo”.[4]

Quizás la mejor manera de adentrarse en la vida de Shaw y dar cuenta de sus virtudes sea que supo cumplir cabalmente con sus deberes de estado en sus diferentes esferas de actuación, desde la más íntima y familiar hasta las iniciativas institucionales de relevancia pública. Ayudó con empeño a fundar la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (ACDE) de la que fue primer presidente. Integró el primer consejo de administración de la UCA, fue dirigente destacado de la Acción Católica y participó como miembro fundador del Serra Club en Buenos Aires y promotor y gestor de la Casa del Libro. En la esfera laboral, como señalamos antes, se destacó como conductor en las Cristalerías Rigolleau. En otras palabras, pudo armonizar un cristianismo intensamente vivido y practicado en los tres ámbitos relevantes de su ser: el personal o íntimo, el familiar y el laboral-institucional.

Asiduo lector, estaba suscripto a numerosas revistas extranjeras y nacionales, entre ellas Criterio, por cierto. En carta a su mujer, fechada en Puerto Belgrano el 13 de agosto de 1943, escribió: “Todo el día trabajando, aunque también he dedicado algún buen tiempo a ir liquidando (leyendo) muchos de los libros y revistas Criterios que traje por falta de tiempo de leerlos en Buenos Aires”.[5]

Su interés en la lectura de temas espirituales y teológicos y sus búsquedas entre autores europeos de avanzada fue lo que seguramente lo llevó a ser un precursor del Concilio Vaticano II, que se inició más de un año después de su muerte, como destacara en más de una ocasión Juan G. Navarro Floria, Procurador de la causa en la Arquidiócesis de Buenos Aires. Temas como el rol de los laicos y la autonomía de las realidades temporales, entre otros, surgen seguramente de esos afanes. También se destacó como gran lector de las Encíclicas, a las que citaba con frecuencia en sus notas y en sus conferencias.

Fue precursor en temas de su competencia laboral pues “se anticipó a aplicar los principios de la sustentabilidad y de la responsabilidad social empresaria en la comunidad local, nacional e internacional”[6] y proyectó la ley de asignaciones familiares. Siempre guiado por la idea de amar al prójimo, del Bien Común. Alguna vez declaró lo que es todo un mensaje de suma actualidad: “Nada anda bien en una sociedad donde muchos están mal”. [7]

En abril de 1955 su actividad apostólica le implicó ser encarcelado durante diez días junto con otros miembros de la ACA, acusados como responsables de un complot político (la organización de la procesión de Corpus Christi). Los testimonios de compañeros de esa redada también dan cuenta de su fraterna conducta de desprendimiento y atención en favor de quienes compartían su encierro.

En las misas del 1° de Mayo en la planta de Rigolleau Shaw estaba en primera fila con su misal, rodeado de los delegados de la comisión interna del sindicato del vidrio.

En momentos actuales tiene una gran significación la posibilidad cercana de que un empresario sea declarado santo. Servirá para derribar mitos y prejuicios muy en boga en contra de quienes mucho pueden contribuir a generar riqueza distribuible en las familias por ocupaciones dignas. Enrique E. Shaw supo mostrar desde su actividad y con su manifiesta y siempre vigente preocupación por el Bien Común, cómo se aplicaban los valores evangélicos en una empresa hasta en los más nimios detalles. Y lo supo hacer con empuje y creatividad.

El ex director de esta revista, el cardenal Jorge Mejía, ante un grupo de empresarios, lanzó públicamente la idea de acometer la causa de beatificación. “Creo que la vida de Enrique merece la apertura de una causa”, dijo en el Foro Almuerzo de ACDE del 12 de septiembre de 1996. Mejía “había asistido como amigo y sacerdote a Enrique durante el período final de su vida”.[8]

 Shaw y el cardenal Mejía eran casi de la misma edad y se conocían desde muy chicos en razón de amistades familiares. “Una vida como la de Enrique subraya el hecho decisivo que la Doctrina Social existe para ser aplicada; o sea, que es operativa, y no solamente teórica –opinaba Mejía–. Enrique (…) supo crear una tradición de empresariado católico, técnicamente valioso y cristianamente ejemplar, de la cual todavía vive hoy la ACDE actual”.

Al año siguiente de aquella propuesta, ACDE solicitó ser considerada formalmente como actora de la Causa (es algo inédito que una asociación civil, no eclesial, cumpla ese rol) y se inició la etapa preliminar para la apertura del proceso de canonización.

En la documentación de apoyo a la causa enviada a Roma se puede tener una idea del “volumen” de las notas y escritos de Shaw (29 libretas personales fechadas en 1939-1964, 21 carpetas y actas de sus archivos personales). En total, se entregaron más de 13.000 folios.

Recordemos que el proceso de santificación es un camino con diversas etapas muy codificadas y protocolizadas que puede ser más o menos largo. Incluye, simplificando mucho, las siguientes: Siervo de Dios, Venerable, Beato y Santo. La primera es siempre tramitada en la diócesis donde falleció el candidato. Cuando se cumplen todos los requisitos, que no son pocos y requieren de testimonios y pruebas, el Obispo local la aprueba y se eleva a Roma, donde ya será tramitada hasta su final. Tras revisar la validez de lo actuado en la fase diocesana interviene una Comisión de teólogos, y posteriormente los cardenales y obispos miembros de la Congregación para la Causa de los Santos. Si sus votos también son favorables, se presenta una propuesta al Santo Padre para que se apruebe el Decreto de las virtudes heroicas del Siervo de Dios, quien a partir de ese momento recibe el título de Venerable. En el camino a la beatificación (salvo en el caso de los mártires) es necesario un segundo proceso para comprobar que Dios ha obrado un milagro por intercesión de quien se pretende beatificar. Una vez beatificado el candidato, debe declararse probado otro milagro por intercesión del nuevo beato para poder canonizarlo. En el caso de Enrique, ya se ha tramitado el proceso diocesano por un presunto milagro, que está ahora en estudio en la Congregación para las Causas de los Santos.

Los avances ya realizados en la causa hacen pensar que la beatificación puede no estar lejos. Dios y nuestra Iglesia así lo quieran. También que su figura sea cada día más conocida y que las virtudes, estilos, miradas y prácticas del Venerable Enrique E. Shaw, así como su determinación, sirvan de guía y orientación en momentos tan difíciles como los que estamos viviendo.


Una nota de Ricardo Murtagh para Revista Criterio, publicada en julio de 2021. Leé la nota original aquí.