26/8/2020 | La Nación | Gonzalo Tanoira

Enrique Shaw era un hombre de oración, de vida sacramental, dedicación familiar, con gran amor a la Virgen María, conocedor de la Biblia y del paso de Jesús por la tierra, confiado y entregado a la voluntad de Dios. Visitó Lourdes y Fátima, y en su mesa de luz tenía un libro sobre las apariciones de la Virgen en todo el mundo, era un entusiasta de todos estos sucesos. Sabía que eran señales y mensajes. Durante el día dirigía con gran energía una fábrica, Rigolleau, que hacia los años 50 era la más importante del rubro cristalería en el país. Además fue el fundador de una línea de pensamiento empresario basada en los valores de la doctrina social cristiana. Defendía la trayectoria de vida de cada uno de los trabajadores. Esto le valió el respeto y el cariño de sus empleados, a los que defendió incluso a riesgo de perder su cargo, cuando los números de la empresa «no daban» y los accionistas reclamaban despidos masivos

El de Shaw es hoy un ejemplo que nos inspira a mirar adelante con confianza. Las ideas de sostenibilidad y responsabilidad social empresarial, que se promueven en el mundo corporativo como ejes para superar los estragos de la pandemia, están bien reflejadas en su obrar. La empresa no puede pensarse por fuera de la comunidad a la que sirve y la sociedad tiene mucho de qué beneficiarse si hay prosperidad y expansión. Esto que parece una verdad evidente, muchas veces no es entendido cabalmente. Por el contrario, prevalecen desconfianzas, obstrucciones y hasta grietas acerca de quién salva a la sociedad: si el Estado o el mercado.

El testimonio de Shaw muestra que lo que construye es la cooperación, el diálogo, la mirada superadora puesta en el conjunto y que tanto el sector privado como el sector público tienen mucho que aportar y responsabilidades que cumplir. No es uno contra el otro. Así no se sale. Las empresas necesitan condiciones para prosperar y el Estado debe brindárselas. Y las empresas deben cumplir con su rol social y darse cuenta de que una comunidad fortalecida cultural y económicamente es un mejor mercado para sus productos.

La empresa no puede pensarse por fuera de la comunidad a la que sirve y la sociedad tiene mucho de qué beneficiarse si hay prosperidad y expansión

En su época Shaw tuvo la capacidad de enfrentar momentos complejos y mantener vivos sus principios, sin ceder a la tentación del atajo fácil que ajusta según convenga. No desconocía que una empresa debe ser rentable pero sabía que solo con eso no alcanza. Tenía por objetivo buscar el desarrollo pleno de la gente y la eficacia con humanidad.

El Papa Francisco dice, precisamente, que el «espíritu mundano» corrompe y puede resumirse en la cultura de lo efímero, superficial, la apariencia y el relativismo. Enrique Shaw encarnaba las enseñanzas del Evangelio y se esforzaba por ahondar en la cuestión social pregonada por la Iglesia respecto de la economía y el mundo del trabajo, muy lejos de la mundanidad y de las teorías de la especulación financiera.

El contexto histórico de aquel entonces era difícil, no menos que el ambiente de hoy, agitado e incierto. Su voz y su conducta fueron valientes. Sin inquietarse, Shaw nunca dejó de hablar claramente, señalar caminos, exponer verdades y de actuar en consecuencia. Tenía conciencia de la importancia, la identidad y misión del dirigente.

Hoy podemos aprender mucho de su actitud para vernos con los enormes desafíos del futuro. Humanizar la vida y la economía. Refundar un nuevo camino de progreso basado en los valores de honestidad intelectual y práctica, la cooperación, escucha activa y el diálogo que busca acuerdos básicos. ¿Podremos los argentinos?

* Presidente de la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (ACDE)

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