Con mucha alegría, el Pueblo de Dios que camina en Argentina, amaneció el sábado 24 de abril con la noticia que el Papa Francisco había firmado el Decreto que reconoce las virtudes heroicas del siervo de Dios, Enrique Shaw, autorizando a que sea llamado “Venerable”.

Como seguramente saben quienes leen esta nota, este es un paso decisivo en su camino a la gloria de los altares puesto que cierra los procesos eclesiales de estudio e investigación de su vida y abre la espera activa y orante para que el buen Dios “hable” a través de milagros concedidos por su intercesión.

Que Shaw vivió como un santo es una convicción que nació de sus más cercanos en el mismo lecho de su muerte y que, gracias al trabajo de cuidado de la memoria desarrollado por su familia, por la institución en la que se hizo hijo de la Iglesia (la Acción Católica Argentina) y por la organización que él decididamente impulsó y creó como fruto de su compromiso con la transformación de la sociedad (la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa) ha prolongado el aroma de su santidad hasta nuestros días. Si hasta el mismo Papa Francisco, en dos ocasiones en público cuanto menos, ha reconocido esta fama de santidad haciéndola propia.

¿Qué nos atrae de su vida y la hace tremendamente actual? Cada uno puede sumergirse en su vida y encontrar sus respuestas. Puedo dar pie compartiendo las mías.

  • Lo primero que podemos decir es que fue un santo de “nuestro tiempo”. Es cierto, del siglo XX (nació en París, porque su padre era diplomático, en 1921 y murió lacerado por un cáncer a sus jóvenes 41 años, en 1962) pero para quienes peinamos ya algunas canas, podría haber sido nuestro padre y el abuelo de muchos de los jóvenes que nos están leyendo.
  • En el espíritu eclesial, lo sentimos cercano porque fue un laico del Concilio Vaticano II aunque haya muerto a sus puertas. Lo anticipó con su vida. Enrique creció huérfano de madre, fue esposo, padre de 9 hijos, enamorado de Jesús y devotísimo de la Virgen, apasionado de la Doctrina Social de la Iglesia, hombre de la política, de la vida universitaria, empresario de “sangre obrera” que denunciaba el desempleo como un mal moral antes que económico, dirigente de Iglesia (murió siendo presidente nacional de los Hombres de la Acción Católica), fundador de instituciones (como ACDE y la UCA), creador de políticas públicas (como la legislación de salario familiar), sufrió la enfermedad de manera cruel, estuvo preso por su fe (durante la persecución de 1955) y siendo rico se hizo pobre, “como su amigo Jesús”.
  • Fue un laico que vivió la radicalidad del llamado de Jesús y que estuvo dispuesto a dejar todo en su seguimiento. Conocido es que su “verdadera conversión” se produce cuando, durante los largos viajes como hombre de mar, empezó a leer libros de Doctrina Social de la Iglesia y entendió que Jesús lo llamaba a evangelizar el mundo del trabajo. Habiendo nacido en una familia rica y con todas las posibilidades económicas, estuvo dispuesto a dejar toda su comodidad para hacerse obrero. Su director espiritual le ayudó a discernir que, en verdad, cumpliría esa misión desde un lugar tanto más difícil al que no muchos podía acceder: siendo empresario. Dejó la Marina y se capacitó para cumplir esa misión en las mejores universidades de los Estados Unidos. Al regresar, asumió la Gerencia General de las Cristalerías Rigolleau, en Berazategui, donde la descripción de su humanidad, en boca de sus propios trabajadores (uno de los testimonios más repetidos es el del ex embajador argentino en el Vaticano, Carlos Custer, que fue delegado gremial en la fábrica cuando Shaw era el Adminsitrador General) exceden largamente el cometido de estas líneas. Solamente aporto dos referencias: es necesario ir a la página 201 de “Y dominad la tierra”, para leer la Circular interna que firmó para todos sus empleados cuando la caída de actividad lo confrontaba con el deseo de su Directorio de provocar despidos. He estado más de 25 años en alta dirección de empresas y jamás he leído un testimonio semejante. Empezaba así: “El trabajo del hombre es una realidad querida por Dios y santificada por Cristo. La desocupación, por ello, un mal moral antes que un mal económico. Sus consecuencias han de ser cuidadosamente ponderadas antes de efectuar despidos y mismo suspensiones”. Conmueve, leer la firmeza y convicción con que habla a sus empleados de Cristo y encarna los principios sociales de la Doctrina Social de la Iglesia.
  • El otro hecho relevante es que, de alguna manera, selló su vida entregada también con su sangre. Es conocida aquella anécdota de su enfermedad final cuando más de 200 trabajadores hicieron fila para donarle sangre. En un fugaz regreso a la actividad, lo agradeció con un discurso en el que afirmaba que, finalmente, había cumplido el sueño de su juventud de llevar en su cuerpo “sangre obrera”.

Esta radicalidad evangélica, su compromiso social como fiel laico, su conversión gracias a la Doctrina Social de la Iglesia y una entrega rubricada con su sangre, me han hecho pensar en las similitudes de su santidad con las del beato mártir Wenceslao Pedernera. Uno puede pispear en ambas, el mismo trazo dibujado por la mano del Divino autor que es el único Santo.

Por último, un recuerdo agradecido a su familia, a su hija Sara y a su nieta Sarita, que han cuidado su memoria haciéndola cercana y accesible para todos nosotros. Y a las dos instituciones que han promovido su causa: la Acción Católica Argentina que ha cumplido con él su misión de ser “escuela de santidad” y la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa, de la que fue primer presidente y uno de sus creadores e impulsores junto al padre Moledo y a los dirigentes del Equipo social y económico de la ACA.


Una nota de Daniel Martini para la Universidad de San Isidro, publicada el 28 de abril de 2021. Leé la nota original aquí.