¿Qué haría hoy Enrique Shaw?
Citando el Salmo 32, Enrique Shaw escribió: “…pondré en salud al que lo desea” … Venga, oh Señor, tu misericordia sobre nosotros, según la esperanza que tenemos puesta en Tí (32, 22). Es decir que, así como, según el Padrenuestro, Dios nos perdona en cuanto nosotros perdonamos, así también Él nos hace misericordia en la proporción en la que esperamos” (Enrique Shaw, carta del 26 de abril de 1945).
Ante los avatares de la historia de las personas, Enrique siempre permaneció sereno, alegre y continuó trabajando. Así Carlos Moyano Llerena afirmó que: “un día me encontré con Enrique y me di cuenta que estaba ajeno a ese bochinche nacional que representaba el conventilleo político. Enrique seguía trabajando. No es que no le importara lo político, pero no se agitaba. Mi impresión fue que todo eso se disolvería de un modo u otro, y todos nos habíamos agitado tres meses absurdamente en esas pavadas. Un gran ejemplo, algo muy llamativo”.
Ante un brote de poliomielitis en Argentina el 13 de marzo de 1956 escribió a su mujer: “Con respecto a la poliomielitis me parecen muy buenas tus dos ideas: la de la donación y la referente a la Acción Católica”. Luego sigue en esa carta: “creo que la polio ha distraído la atención de la gente y, además, mucho más importante, ha creado una gran solidaridad (además que la gente ve que el gobierno se ocupa, sin tanto bombo…). Es emocionante ver cómo todo el mundo limpia las veredas y quema la basura. Me han contado casos de vecinos que estaban peleados y que ahora se ayudan unos a otros. Las clases probablemente comiencen el 25 de abril”. Más adelante en otra carta de Enrique Shaw a su mujer que estaba en Pinamar del 21 de marzo de 1956 escribió: “Quédate tranquila con la gamma globulina. No es tan buena como dicen por una parte y, principalmente, hay otros que tienen más derecho a ella que nosotros”. Hace poco me encontré en un teatro con una señora mayor que me contó que de jovencita aspiraba a tener un noviazgo como el de Enrique Shaw y Cecilia Bunge cuya relación admiraba. Delia B. de Piñeiro Pearson escribió: “yo sentía admiración por este matrimonio mayor que nosotros. Eran muy compañeros. Los ponía de ejemplo como matrimonio y por la manera de educar a sus hijos”. Dora R. de Ledesma cuenta sobre él: “Toda su persona era alegría. Los momentos difíciles los convertía en positivos. Siempre tenía chistes. Siempre riendo, riendo, riendo, pero siempre en Dios: con la sonrisa puesta en Dios. Era sencillo. Todo le causaba gracia.
Recuerdo haber pasado un momento desagradable para un ama de casa. Le serví una bebida alcohólica, sin notar que en el vaso había bichos bolitas, muy común en una casa cerrada en Pinamar. Se lo quise sacar y cambiar el vaso, y no quiso de ninguna manera: no le dio importancia”. Iluminaba como afirma Mercedes B. de Norman: “Enrique tenía un carácter fantástico. Donde estaba, transmitía paz y alegría. Era muy positivo, optimista. Su alegría era inmensa. Cuando llegaba a su casa, con sus hijos armaba un alboroto tremendo. Era el momento de más boEnrique Shawchinche. Donde había chicos, todos lo seguían como a la miel. Yo creo, que al haberse criado tan solo, tenía necesidad de estar con chicos. Era muy cariñoso con todos, pero de una manera muy natural, muy corriente, con una gran simpatía. Tenía preocupación constante por los demás. Él decía algo parecido a que “Hay que ver a Cristo en el prójimo”. Por último, era notable su constante sonrisa y buen humor así lo escribió el Padre Fernando Miguens, vecino en su propia infancia y amigo de uno de los hijos de Enrique: “a Enrique, el noventa por ciento de las veces, lo vi sonriente. Tenía una sonrisa suave, muy parecida a la de la foto de la estampa; era una expresión típica suya. Alguna vez lo vi un poco más serio, un poco más preocupado. Nunca lo vi enojado, alterado. Y eso que lo veía muchísimo”. Enrique pasó sus últimos días en su casa sin casi poder ver ni levantarse de la cama, siempre con gran serenidad y mansedumbre ofreciendo los sufrimientos y las incomodidades por los demás –como la conversión de su padre- y sus últimas palabras fueron dirigidas a los trabajadores de la fábrica y llamó a Juana (quien lo había cuidado de niño). La enfermera llorando le contó a mi madre que se negó a tomar el agua que le ofrecieron pocos minutos antes de morir de la mano de su mujer, ofreciéndolo por aquellos que no tienen agua corriente en sus casas.
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