Cuando hice la recopilación de los pensamientos de Enrique Shaw que luego se publicaron en Notas y apuntes personales, quedé impresionado por la gran consistencia plasmada en su modo de pensar y de actuar a lo largo de su vida.

Escribió a los veinte años:

“Dadas mis condiciones naturales, me parece que lo mejor no es labrarme un puesto escribiendo ideas, sino que, desde mi lugar, a modo de trampolín iluminado, largar ideas, aunque sólo fuera en mi país. Me parece que es este el mejor modo de cumplir mi función sobre la tierra”.

Seis años más tarde, cuando tenía apenas 27 años, retoma la idea, pero con una valorización diferente, tal vez más modesta, sus anotaciones serán una especie de “testamento espiritual” legado a sus hijos. Escribió:

“Desde que empecé este cuaderno hasta ahora, que ´descubrí´ la Biblia, todos los demás libros me parecen pequeños. Pensando en todos mis libros, anotaciones, etc., alguna vez quise hacer un resumen para poder transmitirlo a mis hijos. Pero poco a poco me he dado cuenta de que no hace falta, pues aún en el orden intelectual mi tesoro más grande es mi conocimiento de la doctrina católica, en todos sus aspectos, sin excepción; porque las buenas cosas, que aparentemente están fuera de ella, o han tenido su origen en ella, o también se encuentran dentro de ella”.

Al decir “la doctrina católica, en todos sus aspectos, sin excepción”, Enrique está hablando de la consistencia, de ser coherentes, integrando los dones de Dios, resumidos en la doctrina católica. Esa fidelidad se refleja en su humildad, entrega y sacrificio, siempre procurando ser una buena influencia para las personas que lo rodean.

Era consistente y coherente con sus propósitos y decisiones. Consideraba a la eficiencia como el deber de estado del empresario, dando garantía de continuidad de trabajo al obrero. Describía que “las virtudes del empresario son: eficacia, energía e iniciativa, el empresario ha de ser Cristo en la empresa”. “Hay que humanizar la fábrica. Para juzgar a un empleado hay que amarlo.”

Consideraba la eficiencia como “deber de estado del empresario, dado que era garantía de continuidad de trabajo”.

Coherente, consistente con sus valores y propósitos, “arriesgó más de una vez su prestigio y puesto en Rigolleau, para defender a los trabajadores, siendo así él coherente con sus principios”. (Notas, pág.16).

Escribió:

“He de creer, verdaderamente que los cristianos somos la luz del mundo, siendo apóstol, pertenezco al Cuerpo Místico de Cristo … nosotros constituimos ese fermento” (ídem, pág. 17).

En otro párrafo:

“Necesito rezar mucho para recibir la Gracia de Dios y poder ir corrigiendo mis defectos”. Los sufrimientos serán yugo suave, si recurro a la Virgen María”. (Notas, pág. 18).

También escribió:

“Más que nunca los dirigentes de empresa, como intelectuales y dirigentes, tienen el deber de aportar un mensaje a la luz de los principios sociales cristianos, la búsqueda de soluciones adaptadas a las realidades siempre mudables” (pág. 19).

“Compromiso que humilde y vigorosamente se abre paso, más allá de las palabras para mostrar una vocación empresaria regida en su desempeño por amor a Dios y a los hombres”. (pág. 20).

Recurrir al recuerdo de Enrique ayuda a entender el universo espiritual y material, el Cielo y la tierra, y a descubrir lo que acerca “Quién es Camino, Verdad y

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