27 de Agosto de 2015

Con su vocación y entrega supo promover e impulsar el crecimiento humano de sus trabajadores, inspirándose en la Doctrina Social. La historia del gerente que valorizó la participación activa en la vida de la comunidad trabajadora.

Enrique Ernesto Shaw, hijo de los argentinos Sara Tornquist Altgelt y de Alejandro Shaw, nació en Francia el 26 de febrero de 1921 en un embarazo arriesgado ya que sus padres se encontraban en un viaje de negocio. En 1923, su familia regresó al país, pero su madre fallecería al poco tiempo, cuando él tan solo tenía cuatro años. Fue ahí, que su padre, cumplió el deseo de su mujer de confiar su formación religiosa a un sacerdote de la congregación de los sacramentinos y lo envió al Colegio de La Salle de la ciudad de Buenos Aires, donde fue un alumno sobresaliente. Luego de cumplir catorce años, ingresó a la Escuela Naval Militar en Rio Santiago donde fue de los tres mejores promedios de su generación y es en la historia de la Armada Argentina el más joven oficial graduado y se egresó como Guardiamarina. En 1943, el practicante incesante de la fe y hoy en proceso de canonización, se casa con Cecilia Bunge con quién tendría nueve hijos y que educaría enseñándoles a amar y a respetar los obreros.

Pero el quiebre más importante del laico y empresario argentino se dio cuando, una tarde del verano en 1939 en la biblioteca del Ocean de Mar del Plata, llegaría a sus manos un libro del Cardenal Suhard sobre el rol y la responsabilidades del hombre cristiano en la vida, un escrito que le cambiaría la vida. A partir de ahí, al haber conocido la Doctrina Social de la Iglesia, se produjo el convencimiento profundo de liderar humanísticamente la vida de los obreros. Esa “conversación definitiva” como él siempre la llamó, fue la puerta para tomar la decisión más importante de su vida y también opuesta por la familia de su mujer que fue nada más y nada menos que retirarse de la marina para dedicarse a ser obrero en una fábrica. Casi por providencia, luego de haber realizado un curso de meteorología en los EE.UU en 1945, logró un puesto en la fábrica de Cristalerías Rigolleau S.A., gracias a un tío de su mujer, y logró el sueño que más tarde se completaría convirtiéndose en Director Delegado de la Organización, teniendo bajo su supervisión 3.400 obreros. Esto fue el comienzo de un nuevo desafío y donde dejaría la marca de su sangre obrera.

Compromiso obrero

Desde siempre, Shaw demostró su afán de querer vivir al servicio de los demás, con esfuerzo y dedicación, demostró ser mucho más de los que todos esperaban. Eligió el camino de la humildad, acompañando a los obreros no solo en cuestiones de trabajo sino también humanas.

Su ocupación iba más allá de lo laboral, su visión era más profunda y su personalidad convincente. Al ver la necesidad de sus empleados, promovió la sanción de la ley de asignaciones familiares e impulsó una caja previsional propia para brindar servicios médicos, préstamos para urgencias y o subsidios por enfermedad. “Cuando iba a tener a mi bebe, no querían darme un aumento por mérito y fui a hablar con él y me dio mucho más de lo que le pedí; con decirte que podía pagar el alquiler, el gas, la luz y todavía me sobraba”, atestiguó Adelina Humier, una de las secretarias de Shaw en Rigolleau. Todo éste compromiso y responsabilidad era acompañada por su convicción religiosa que lo llevó a crear, junto con otros cofundadores, la Asociación Cristiana de Empresas con el objetivo de insertar la paz social y cumplir su tarea apostólica.

“Cuando iba a tener a mi bebe, no querían darme un aumento por mérito y fui a hablar con él y me dio mucho más de lo que le pedí; con decirte que podía pagar el alquiler, el gas, la luz y todavía me sobraba.”
“Como empresario, hay que sembrar esperanza, ver la realidad, renunciar al beneficio del momento, ser un puente entre quienes conocen el problema y los sumergidos que piensan en su situación inmediata”, fue una de las frases que señaló una y otra vez Shaw a la hora de desempeñarse como profesional. Su liderazgo se basaba en involucrarse entre los obreros conociéndolos e inspirándolos con la confianza necesaria para alcanzar el objetivo final. Definía el ser empresario como el factor más importante de la producción que invierte su tiempo, capacidad y dinero: “Debemos crear trabajo… y cuanto más eficiente sea nuestra labor, más recursos tendrá la Providencia para repartir entre pobres y necesitados”, repetía entre sus dichos la persona considerada por la Iglesia Católica como “Siervo de Dios”. Shaw fue un convencido de sus ideales y creía en su forma particular y singular de encarar las relaciones entre el empresario, sus trabajadores y la sociedad y entre sus frases lo delata: “Es indispensable mejorar la convivencia social dentro de la empresa, hay que humanizar la fábrica”.

Empresario, con sangre obrera

La vida de Enrique Shaw se basó en la defensa de sus trabajadores, qué el mismos los consideraba más que un productor de riqueza o un instrumento de la empresa. Para él, eran seres espirituales cuya dignidad y valores humanos han de estar siempre en el pensamiento de aquellos que administran las riquezas de la tierra”. El amor y la responsabilidad por ellos fue tan grande que arriesgó el bienestar de su propia familia. En 1961, un año antes de su muerte y ya estando enfermo de cáncer, decidió viajar a EE.UU porque la empresa, que se había vendido a capitales norteamericanos, había decidido despedir a 1200 obreros. “Si echan a una sola persona, yo renuncio”, dijo convencido a pesar de saber que si se iba, quedaría sin obra social, y dejaría a su mujer sin cobertura y con nueve hijos. Finalmente logró su objetivo. Estas acciones, como también cuando aportaba préstamos de urgencia de su bolsillo para algunos de sus empleados, fueron retribuidas por sus obreros que, una vez enterados de que iba a ser operado por su mal de cáncer, se anotaron e hicieron fila en una clínica de Buenos Aires para donar sangre. En su aparición, Shaw soltó la frase que quedaría para la historia y recordada por muchos: “Ahora soy feliz ya que por mis venas corre sangre obrera”.

Una vez enterados de que iba a ser operado por su mal de cáncer, decenas de obreros se anotaron e hicieron fila para donar sangre. Al salir, Shaw soltó la frase que quedaría para la historia: “Ahora soy feliz ya que por mis venas corre sangre obrera”.
“Más que nunca en los tiempos actuales y a pesar de las dificultades, tienen el deber los dirigentes de empresa, como intelectuales y dirigentes, de aportar un mensaje y la luz de la fe al desarrollo de los espíritus, de esforzarse por secundar, a la luz de los principios sociales cristianos, la búsqueda de las soluciones adoptadas a las realidades siempre mudables”, escribió el recordado empresario en uno de sus libros, que volcado a la defensa de los derechos del obrero, participó en congresos, ofreció conferencias, editó publicaciones y manuscritos. “Será un santo de traje y corbata, que andaba en motoneta, auto y avión, un hombre de nuestros tiempos y nuestra patria, que nos dice que la santidad es posible en el mundo de hoy”, dijo el postulador para que sea Santo, Juan Navarro Floria. Desde el día de su muerte el 27 de agosto de 1962 a los 41 años, dejó un legajo que sirve de ejemplo de vida, entrega que invita a la reflexión sobre la participación activa y consciente en la vida de comunidad.

Mariano Ylarri