Durante el pasado mes de julio, el Congreso de la Nación sancionó la ley 27.719 que instituye en la Argentina el “Día Nacional de la Comunidad Empresarial”, que se celebrará, de ahora en adelante, cada 27 de agosto.

La fecha elegida recuerda al empresario Enrique Shaw, padre de familia y fundador de la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (ACDE), quien falleció en Buenos Aires –a muy temprana edad y, como solían decir nuestros mayores, “con olor a santidad”– precisamente el 27 de agosto de 1962. Hoy se cumplen 61 años.

Me gusta pensar que con el sencillo, pero muy valioso acto de la aprobación de la ley, el pueblo de la Nación argentina, a través de sus representantes, empieza a apropiarse de la figura de un verdadero hombre de Dios y de su Patria. Hasta ahora, Shaw había sido mayormente promovido y conocido en ambientes empresarios, eclesiales y cristianos.

Que fue un santo aquel director general de Cristalerías Rigolleau de Berazategui es una convicción que ha ido creciendo desde el mismo momento de su fallecimiento. Y es una convicción que se consolida con los avances de la causa de su canonización, en la cual ya se han reconocido sus virtudes heroicas. Quien ya puede ser llamado Venerable fue marino en su juventud y asumió su vocación empresarial como un llamado a vivir la Doctrina Social de la Iglesia. Fue esposo y padre de nueve hijos.

“Existen muchos empresarios que crean oportunidades y ponen en el centro de sus empresas a las personas concretas”

El mismo papa Francisco, que inició su causa siendo arzobispo de Buenos Aires, ha dado testimonio público de su personal adhesión a la fama de santidad de Enrique Shaw y no deja pasar las oportunidades que tiene para proponerlo como modelo e intercesor.

Pero, ¿qué mensajes nos trae a los argentinos la vida de este empresario con sangre obrera, en esta coyuntura política y económica tan difícil que nos toca transitar?

Shaw propone, como ha dicho el papa Francisco, “la actividad empresarial, que es una noble vocación orientada a producir riqueza y a mejorar el mundo para todos, (…) sobre todo si entiende que la creación de puestos de trabajo es parte ineludible de su servicio al Bien Común” (Laudato Si, 129).

Su figura se contrapone a las imágenes de corrupción y frivolidad que muchas veces se presentan como verdaderas deformaciones y caricaturas de la actividad empresarial.

Sin embargo, en nuestra Argentina actual existen muchos buenos empresarios que, sin notoriedad pública o con ella, y a lo largo y a lo ancho de nuestra Patria, siguen trabajando y produciendo, como lo hacía Enrique. Ellos invierten, crean oportunidades de empleo, ponen en el centro de sus empresas a las personas concretas, con sus sueños, sus necesidades y sus esperanzas y se comprometen con sus organizaciones en la construcción del bien común.

“No alcanza con cuidar el cuadro de resultados; se debe tener en cuenta el aporte a la comunidad en la que se interactúa”

Hoy, el mundo plantea un modelo de actividad privada basado en la observancia del cuidado del ambiente –la casa común, al decir del papa Francisco– y la inclusión de las personas. No alcanza, para ser buen empresario, con cuidar el cuadro de resultados. Para prosperar es necesario tener en cuenta el aporte que las organizaciones empresariales realizan a las comunidades con las que interactúan. Es el mensaje que Shaw impulsó, con su testimonio hace más de 70 años, cuando fundó ACDE y comenzó a hablar de estos temas, con esa fe conmovedora que, con el correr de las décadas, se volvió una referencia ineludible del buen hacer empresarial.

A nosotros, hombres y mujeres de empresas que aspiramos a llevar adelante su mensaje, que no es otro que el mensaje de Cristo, nos ocupa multiplicar estos buenos ejemplos que diremos, con el Papa, que son “artesanos del bien común”. Y aportar así el mejor remedio disponible para curar una economía enferma que no logra reducir la pobreza.


Escrito por Silvia Bulla. Lee la nota original en La Nación, haciendo clic aquí.