En una nota anterior, nos detuvimos en las ideas iniciales de “La empresa, su naturaleza, sus objetivos y el desarrollo económico”, un trabajo conjunto de Enrique Shaw y de Carlos Domínguez Casanueva que fue presentado en el XI Congreso Mundial de la Unión Internacional de Asociaciones Patronales Católicas (UNIAPAC) realizado entre el 27 y el 30 de septiembre de 1961 en Santiago de Chile.

En el final de la nota, habíamos señalado que los argentinos contamos “con una clase empresarial que, si se compromete y coordina sus acciones con la clase política, puede lograr « sacar adelante » a nuestro querido país. Además de inteligencia, por supuesto, se requiere quererlo y actuar con criterios de eficacia” (31/05/2021).

Una vez establecida la naturaleza de la empresa, Enrique Shaw y Carlos Domínguez Casanueva formulan un interrogante que resulta una constante en la reflexión en materia económica: los beneficios ¿son el objetivo o la motivación de la acción empresarial?

“Uno de los prejuicios más extendidos –observan los autores– es considerar todo beneficio como una especie de robo o al menos como un dañino privilegio que los habitantes de un país otorgan inmerecidamente a los poseedores de capital y a los Dirigentes de Empresa, considerándolo como si fuera el origen de todas las miserias del mundo actual”. Sin embargo –responden Shaw y Domínguez Casanueva– “no escapa a quien analice el funcionamiento de cualquier sistema económico que el mismo [el beneficio] es no sólo útil sino necesario y ello no desde un punto de vista egoísta sino social”.

“Dios ha puesto en el corazón del hombre el estímulo de la apropiación de los frutos de su trabajo. La experiencia enseña que la esperanza del beneficio ayuda mucha a que la economía pueda alcanzar su fin y por lo tanto es legítimo como móvil de las actividades económicas”, agregan.

Observemos, en primer lugar, que Shaw y Domínguez Casanueva distinguen entre dos motivaciones en la obtención de beneficios en la empresa: un punto de vista egoísta –al que reprueban– y otro social –al que adhieren–. Sin caer en una especie de subjetivismo moral, importa aquí resaltar ahora la relevancia de la intención de los que buscan el beneficio resultado de su labor empresarial. Una concepción realista de la vida humana –y, podríamos agregar, no “angelista”– reconoce el lugar de la búsqueda de los beneficios a la vez que lo ubica en el marco de la vida no solamente individual sino, sobre todo, social.

“Además de compensación por un servicio prestado, el beneficio debe ser estímulo por los riesgos que necesariamente corre quien actúa en el campo económico –sea persona o empresa–, riesgos que son costos genuinos hasta que el futuro se haya convertido en pasado”. Experiencia empresarial 100%. “Por lo tanto un mínimo de lucro, adecuado a los riesgos tomados, es condición absoluta de subsistencia, no sólo para el agente económico sino para toda la sociedad, pues no existe fórmula mágica que permita vivir a un empresa acumulando pérdidas, y a menos que tomemos esto en cuenta, destruiremos la capacidad de producir”.

Con sentido común y sabor bien argentino, Shaw y Domínguez Casanueva observan que “hay una cierta paradoja en discutir la legitimidad del beneficio cuando el mismo constituye la materia impositiva de la cual se alimenta la mayor parte de los presupuestos públicos”. En la República Argentina hoy, la actualidad de esta idea resulta tan patente que no necesita comentarios.

“Por todo ello un dirigente de empresa que deliberadamente, por negligencia o por incapacidad, no cuida el rendimiento financiero de la misma, es no solamente un mal empresario sino igualmente un mal ciudadano. Pero nótese que esta justificación del beneficio en cuanto poderoso e indispensable estímulo de la actividad productiva es muy distinto de «maximizar la ganancia» como objetivo de la empresa. Lo que corresponde preguntar es: ¿Cuál es el beneficio mínimo que necesita una auténtica empresa? y no ¿Cuál es el máximo que se puede ganar?”.

De esta manera, concluyen, el beneficio “es legítimo y necesario como motor de la economía pero no como fin único”.

El bien social al que hacen referencia Shaw y Domínguez Casanueva es, últimamente, el bien común político. En este sentido, en otra nota publicada en la Prensa habíamos dicho que “una de las virtudes con la que cuenta la cosmovisión católica de la vida y del mundo es la de relacionar armónicamente realidades que son comunicadas en nociones y términos que resultan complementarios” (26/05/2020). Aquí nos importa destacar, siguiendo a Enrique Shaw y a Carlos Domínguez Casanueva, la complementariedad de la búsqueda del beneficio empresarial y la procuración efectiva del bien común político. Dicho de otra manera, se trata de la relación armónica –con los correctivos del caso– entre el orden económico y el orden político para lograr el desarrollo integral del hombre y de todo el hombre del que habló san Pablo VI en la Populorum progressio (26/03/1967).


Una nota de Germán Masserdotti para La Prensa, publicada el 11 de junio de 2021. Leé la nota original aquí.