Centenario de Enrique Shaw, una interpelación a la búsqueda del diálogo
En el centenario de su nacimiento, su vida nos interpela a buscar soluciones colectivas a través del diálogo. Dejar de lado los enfrentamientos, pensar en el otro y buscar caminos de entendimiento.
Estamos celebrando el centenario del nacimiento de Enrique Shaw, mi padre. Tengo recuerdos imborrables sobre nuestra vida en familia, era dedicado. alegre y cariñoso. Además he escuchado muchísimos testimonios de los que lo conocieron sobre su desempeño en el ámbito laboral y en la acción social.
Parece extraño para los que no lo conocieron que un hombre de negocios sea Siervo de Dios, la instancia previa para ser declarado venerable y luego beato por la Iglesia.
Su paso por la tierra fue corto e intenso: vivió 41 años y tuvo 9 hijos. Egresó como guardiamarina de la Armada pero pronto descubrió que su vocación era el mundo de las empresas. Sobre todo, el espíritu de servicio al bien del prójimo.
Dirigente ejemplar, participó de la fundación de la Universidad Católica y de ACDE. Fue encarcelado junto a otros directivos de la Acción Católica en 1955 por sus ideas y fervor en la defensa de la religión. Lejos de rencores y revanchas, promovió la unidad, la comunidad entre empresa y trabajo, los derechos laborales y la seguridad social. Y ese testimonio profundo es hoy un mensaje de gran valor para encarar los enormes desafíos que enfrentamos, en momentos en los que el mundo debate acerca de cómo construir sociedades más justas e inclusivas tras el paso arrollador de la pandemia. Por eso destacar que es posible combinar una trayectoria empresarial eficaz y exitosa con valores éticos, es inspirador y también movilizador.
Mi padre llegó a ocupar un alto cargo directivo en la fábrica Rigolleau, de Berazategui, donde trabajaban cerca de 4.000 personas. En 1961 llegó una orden de la empresa Corning Glass Works, dueños de la mayoría accionaria, de despedir alrededor de 1.200 empleados; Enrique Shaw se opuso y escribió a los accionistas una carta afirmando que si esto se implementaba, él renunciaba. Sabía que estaba muy enfermo y que arriesgaba el futuro de su familia, pero igual viajó a Nueva York para defender su postura. Explicó a los directivos que la falta de pedidos a la fábrica se debía a una situación transitoria y defendió la continuidad de los puestos de trabajo. Los accionistas aceptaron la propuesta y al poco tiempo llegó la reactivación.
En el prematuro final de su vida, Enrique necesitó una transfusión de sangre y más de 200 empleados de la fábrica hicieron fila para donarla. Se hacía cargo de la gente y su gente le respondió. Antes de morir pudo agradecerles diciéndoles que estaba tan unido a ellos, que hasta por sus venas corría la misma sangre.
Repetía que la empresa era una comunidad de vida y tenía una función social, la producción de bienes y servicios y la promoción del hombre. Este ejemplo de vida nos muestra que es posible conciliar familia, dedicación a los hijos y trabajo.
Hoy, cientos de empresas enfrentan desafíos similares: la caída de la actividad obliga a empresarios a tomar decisiones tremendas y muchas veces ven cómo el esfuerzo de generaciones se derrumba por la imposibilidad de mantener puertas abiertas. En el centenario de su nacimiento, esta vida nos interpela a buscar soluciones colectivas a través del diálogo. Dejar de lado los enfrentamientos, pensar en el otro y buscar caminos de entendimiento. Comprender que el “sálvese quien pueda,” no trae aparejado beneficios sólidos y no es un camino constructivo.
Necesitamos recuperar lo mejor de nuestra historia, los pilares que formaron este país, los valores humanistas y cristianos que aún podemos encontrar en nuestro ADN. Y allí están, a mano en nuestras biografías: la confianza en el futuro y la ética del trabajo de nuestros abuelos inmigrantes y pueblos originarios, que crearon miles de empresas, talleres, comercios, oficios, y cultivaron tierras a lo largo y ancho del país. Y el ideario de libertad de nuestros próceres, que creyeron en un destino independiente, grande y próspero, con el ejercicio pleno de derechos y garantías.
Enrique Shaw, con sus obras y sus palabras alentaba a los que lo rodeaban, hacía lo que decía y lo que creía. Fue coherente con su fe y demostró que es posible construir sin confrontar. En un contexto político y económico difícil como el de hoy. Sin dobleces ni mentiras, trabajaba y rezaba por todos y pensaba en el bien común. Un mapa de sentido para estos tiempos inciertos en que nos toca vivir es el que celebramos con su centenario.
Un artículo de Sara Shaw de Critto, una de las hijas de Enrique Shaw, para Diario Perfil, publicado el martes 24 de febrero de 2021.
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