Enrique y yo
Fue el nombre de un banco en mi infancia, fue una de las avenidas principales de los veranos de mi juventud, nunca tuve muy claro por qué la avenida llevaba el nombre del banco y en algún momento elucubré el hecho de que tal vez el banco había tenido que ver con la fundación de aquella ciudad balnearia rodeada de pinos y médanos que explotaba en enero y se silenciaba los siguientes once meses. Así llegué a mi madurez escuchando de rebote a alguien cercano a ACDE hablar de Enrique. Lejos estaban mis suposiciones de aquel padre de familia, marino, empresario, esposo y cristiano.
En el proceso de conocer a Enrique empecé a mirarme junto a él en el espejo, comencé a compararlo con mi propia vida y sentí que tenía mucho que aprender de un tipo que en nada distaba de mi historia y mi educación. Un tipo que pudo, contra muchos obstáculos y bifurcaciones, mantenerse en el camino de la santidad que abrazó desde su juventud.
Un santo como espejo
Enrique perdió a su mamá de chico, apenas a los cuatro años se quedó sin la imagen mas entrañable que puede tener un hombre y mas aún un niño. En comparación puedo dar las gracias a Dios porque, aunque yo también perdí a mi madre de chico, era bastante más grande que Enrique cuando no estuvo más a mi lado. Ya tenía dieciséis años cuando mi mamá luego de una larga enfermedad falleció. Este fue el primer espejo donde me miré con Enrique, pensé en el dolor que me causó y aún me causa su ausencia y me puse en el lugar de ese chico de cuatro años. Si yo a los dieciséis sentía haber madurado de golpe, como habrá sido para ese chiquito, que apenas podía entender lo que le pasaba, sentir que esa persona tan importante en la vida de cualquier ser humano ya no estaría a su lado. La madre es única, es la referencia que nos humaniza. Dios no se podría haber hecho hombre, ni el verbo carne sin María. Nada necesitó Dios para venir al mundo más que una madre; y Enrique, el niño la había perdido, y yo lo entendí de entrada.
Enrique fue educado en un colegio tradicional de la ciudad de Buenos Aires, el colegio La Salle donde fue un excelente alumno. Acá el espejo mostró diferentes imágenes porque mientras él había sido un excelente alumno y a los catorce contra la idea de su padre decidió entrar a la escuela naval donde también se destacó. Yo pasé por mi colegio tradicional dentro de la media de aquellos que empiezan y terminan su educación sin sobresaltos. Enrique se hacía fuerte desde la juventud, era decidido, tenía claros sus objetivos, sus sueños y el camino a seguir. La educación militar reconozco que hoy se la envidio, aunque si a su edad me hubieran propuesto la oportunidad de unirme a la marina o al ejército hubiera evitado de todas las maneras aceptar semejante propuesta.
A medida que crecemos nuestras historias se alejan, Enrique marido, padre y empresario. La relación con su mujer, el amor y la dedicación a sus nueve hijos y su trabajo como empresario cristiano haciendo de la empresa la herramienta para trabajar para Dios me inspiran, me invitan cada mañana a ser el evangelio y prójimo para mis mas próximos como para los más distantes. El mejor esposo que pudo tener Cecilia, el mejor padre de cada uno de sus hijos, el mejor empresario para sus empleados que difícilmente pudieran llamarlo jefe y les hubiera encantado llamarlo amigo.
No pasó mucho tiempo desde conocerlo a adoptarlo como un norte, un ejemplo a seguir en todo momento. Hoy lo llevo como referente en cada paso, cada mañana pienso ¿Cómo pensaría Enrique? ¿Qué haría Enrique? Y trato de hacer las cosas como las haría él. No es fácil, no fue seguramente fácil para él tampoco, pero no dudo, se mantuvo perseverante.
El regalo de Enrique
Perseverante, humilde, justo, manso, generoso, trabajador, transparente y con un corazón que escuchaba a todos. ¡Caramba! (Hubiera querido usar una palabra más fuerte, pero dejemos caramba) Si alcanzo al menos alguno o algunos de esos valores que Enrique acuña estaría mas que contento. Pero de todas las cualidades del Siervo de Dios, Enrique Ernesto Shaw, la que más envidio, la que más me gustaría alcanzar, la que seguramente hizo de Enrique el santo del que hoy hablamos es la Alegría. Esa Alegría que ilumina en los momentos más oscuros, esa que seguía brillando en la enfermedad, ante el dolor y que lo acompañó desde el día en que Sara, su madre, ya no estuvo más a su lado.
Desde el día que con mis hijos tuve la oportunidad de ver la película INTENSAMENTE me llamó mucho la atención que, de los cinco personajes de la película, Alegría tiene una condición especial. Alegría brilla, porque la alegría ilumina, y Enrique iluminó la vida de aquellos que lo conocieron.
Mañana a la mañana cuando rece le voy a pedir a Enrique que me regale su alegría, esa de la que cada uno de los que lo recuerdan ponen como un título que lo define.
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