Compartimos la homilía del Obispo Castrense de Argentina, Monseñor Santiago Olivera, durante la misa por el aniversario del fallecimiento de Enrique Shaw que se llevó a cabo el día martes 28 de agosto:

Me da mucha alegría volver a este templo Parroquial para celebrar la Eucaristía pidiendo la Beatificación y canonización del siervo de Dios Enrique Shaw. Y dando gracias a Dios por su vida que ha sido un don no sólo para sus contemporáneos, familiares, amigos, compañeros y empleados sino también para todos nosotros.

Me da alegría también porque ha sido un oficial de Marina, fuerza que hoy sirvo como Obispo Castrense y como expresé el día que asumí este nuevo servicio eclesial me da mucho gozo saber que otro miembro de las fuerzas Armadas, en este caso de la gran familia naval, como bien dijo el Contralmirante Luis María González Day, es “de cadete naval a aspirante a santo”.

Sabemos que un cadete egresado del liceo Militar de Córdoba será beatificado, pedimos por tanto que el ejemplo y la entrega de estos hombres de Dios nos anime y avive en nosotros el deseo de entregar la vida, hasta el extremo por la causa del Evangelio.

Celebramos esta Misa recordando la Pascua del siervo de Dios Enrique que fue ayer, pero en la memoria de un gran santo de nuestra Iglesia que fue y es San Agustín. La figura del Obispo de Hipona nos hace reflexionar entre otras consideraciones sobre el poder de la oración, la conversión y la vocación entendida como servicio. Sabemos que Agustín es fruto de la oración de Santa Mónica, oración confiada, insistente y por momentos bien dolorosas por la conversión de su hijo. Bien actual la enseñanza de Mónica para tantas familias que ven a muchos de sus miembros por caminos errados, posturas ideologizadas en presencia de una cultura nueva que intenta sacar a Dios del medio, sacar a Jesús y sacar a la Iglesia. También rezamos por nuestra Patria herida. Podemos orar por aquellos sin rumbo, y por la conversión de todos. Orando como Santa Mónica, con la confianza de saber que Dios está y nos escucha.

Fruto de esa oración fue la profunda y sincera conversión de Agustín. Pasó de una vida desordenada a una vida según Dios. La oración y la posibilidad de la conversión nunca cierra puertas, nunca desconfía de la posibilidad de ver y de volver al camino. Nunca cierra puertas frente a la posibilidad que el testimonio de vida de muchos transforme vidas para emprender el camino de la Vida. “Una cosa me hacía desear que mi vida se prolongara por un tiempo: el deseo de verte cristiano católico, antes de morir. Dios me lo ha concedido con creces, ya que te veo convertido en uno de sus siervos, habiendo renunciado a la felicidad terrena”, comparte San Agustín en sus memorias sobre el diálogo con su madre Mónica.

Servicio. La vocación, la llamada, la entendió San Agustín y la entendió el siervo de Dios Enrique, la vocación es llamada a la santidad. La santidad es desear, buscar y vivir la Voluntad de Dios en la propia vida. La santidad es responder con docilidad a la llamada de Dios.

Nos lo recordó el Santo Padre en su última exhortación Apostólica sobre la Santidad: “Gaudete et Exsultate”;” Deja que la gracia de tu bautismo fructifique en un camino de santidad. Deja que todo esté abierto a Dios y para ello opta por él, elige a Dios una y otra vez.” Por eso San Agustín pudo decirnos con verdad “con ustedes cristiano, para ustedes Obispo”, su ministerio es servicio, su trabajo en común a todos será buscar siempre ser un buen cristiano, como Dios quiere para cada uno. Enrique, también lo entendió así, su vocación de esposo y de padre, de empresario, de laico comprometido lo sustenta en la oración confiada que él mismo hizo; “Dios mío dame fuerza y humildad para poder glorificar tu nombre y ser fiel a tu séquito”.

“Soy un humilde peón dispuesto a moverme en el tablero de mi vida como Dios quiere que lo haga. Ahora, El desea que yo represente en el mundo la Verdad, el sentido común, las virtudes sólidas, la alegría del cristiano. Debo hacer recordar que Dios existe y es Padre. Y debo realizar con paciencia una acción evangelizadora en el interior de las almas, comenzando por el fondo de la mía. Pues la mejor  forma de difundir el Evangelio es vivirlo”.

El siervo de Dios enrique Shaw, hizo carne lo que muchos años después nos invitaba a vivir el Santo Padre Francisco: “No nos contentemos con una vida cristiana mediocre. Caminen con decisión hacia la santidad”.

Enrique, como sabemos fue padre de nueve hijos, joven empresario comprometido con la promoción social y espiritual de los trabajadores, fundador y primer presidente de la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (ACDE), se distinguió por su deseo de responder cotidianamente a la misión que Dios le confiaba como laico católico, dejándonos el testimonio de un cristiano maduro en su fe, testigo cristiano en su familia y ambiente. Qué actual y necesario es el modelo de este hombre de Dios. Me animo a pedirle a él y a su intercesión por nuestra Patria, por el Empresariado argentino, para que fortalezca a los que como el siervo de Dios ven a la empresa como un lugar concreto de encarnar a Cristo que es aplicando sus enseñanzas. Le pedimos a Enrique por el empresariado argentino que tanta sombra sobre muchos empaña la vocación y el rol tan importante para el desarrollo y crecimiento de nuestra Patria.

Como muy bien nos compartió el Cardenal Amato, antiguo Prefecto de la Causa de los Santos, Enrique Shaw orientaba su vida según las bienaventuranzas evangélicas, que eran la carta náutica de su navegación como empresario cristiano.

En las notas de evaluación que realizan los hombres de las Armas sobre sus miembros hay una que me sorprende por la profética sentencia: “Inspira confianza y tendrá siempre quien lo siga”. Enrique Shaw, nos inspira confianza, lo seguimos y con él, ciertamente a Jesús.

Pedimos por su Canonización, pero ciertamente en este proceso su pronta beatificación, lo pedimos para mayor Gloria de Dios y lo pedimos confiados porque sabemos que ha conocido a Dios, como bien hemos escuchado en la primera lectura de hoy, y ha conocido a Dios porque ha amado a Dios en los hermanos. Sus escritos, sus Conferencias, sus anotaciones personales nos lo revelan como un hombre con los pies en la tierra y con el corazón y mirada en el cielo, amando a Dios en los hermanos. Buscando su bien, acogiendo a todos, aún los más difíciles, escuchando con el corazón, “sepamos escuchar, y con el propósito de comprender” nos dejó escrito. Enrique tenía una exquisita sensibilidad para saber ver y escuchar las necesidades de su gente, para él sus empleados no “eran mano de obra”, un “hombre no es una mano que ejecuta, menos una mano que obra. Es un cerebro, tiene corazón, tiene sentimientos…” Frente a lo que nos toca vivir y sabiendo que hay empresarios honestos y que trabajan por el bien común y por el bien de cada hombre y mujer concreto, nos alegra saber que la Iglesia tiene modelos que animan y señalan el camino a seguir.

Santiago Olivera
Obispo Castrense de Agentina